El valle mágico

Uno de los territorios más bellos del noroeste está encerrado por los altivos Montes Aquilianos, y articulado por la profunda corriente del Oza. Es la tierra más entrañable del Bierzo. Texto de Tomás Alvarez, en guiarte.com

Naturaleza, religión, historia y arte

En medio de un paisaje recóndito y cuajado de belleza perviven los vestigios de un tiempo cargado de historia, íntimamente vinculado al desarrollo del cristianismo hispano medieval.

El territorio de la cabecera del Oza es entrañable. En los recodos de los valles sorprende la hermosura del paisaje, y en los caseríos se encuentran testimonios que nos hablan de milenios. Por doquier reina la soledad.

He dudado en escribir este artículo por varias razones. La primera, el egoísmo del viajero que prefiere seguir disfrutando de estos territorios con su belleza absoluta y solitaria. Sé que si esta tierra se masifica perderá mucho encanto. La segunda, porque el tipismo y la calidad de la arquitectura tradicional se perderán también a medida que los “modernos” tomen interés por la zona y transformen lo que es maravillosa arquitectura popular en un parque temático de extrarradio.

Aún así, paso a hablar de estos lugares, esperando que las autoridades –especialmente las de Ponferrada, ciudad a la que pertenece la Valdueza- hagan algo positivo por la conservación, puesta en valor y mantenimiento de los valores naturales, históricos, artísticos y etnográficos de la zona, que son inmensos.

El difícil acceso

La ruta arranca en Ponferrada, la población berciana que creció en torno al castillo templario que aún preside el entramado urbano.

No lejos de la fortaleza medieval, una carretera nos llevará hacia San Estaban de Valdueza para proseguir por una estrechísima ruta en dirección a Peñalba.

Los pueblos, hasta Valdefrancos, tienen el encanto rural típico de los lugares bercianos, aunque su estructura urbana se halla distorsionada por las edificaciones modernas que han sustituido a las viejas casonas de corredor y han mermado el atractivo de la zona.

En Valdefrancos, la estrecha carretera corre paralela al río, donde un sencillo puente –se dice que romano- cruza el Oza, al lado de un arcaico cementerio que toma monumentalidad merced a una vieja espadaña. Sería el cementerio más bello del Bierzo si le quitaran las horrorosas puertas metálicas verdes. El lugar, como luego San Clemente, se ubica en un valle cada vez más estrecho, al que asoman numerosas casas de aire tradicional, esparcidas en torno a una geografía presidida por la espadaña del templo.

A partir de aquí, hay rutas que nos llevan a pie hasta Peñalba y San Pedro de Montes. Pero si vamos a utilizar el vehículo, debemos conducir con suma prudencia, porque la carretera en muchos lugares no permite el cruce de dos automóviles. Atención especial ante las curvas sin visibilidad. Cuidado también con los desprendimientos en días de helada, cuando el asfalto se siembra de lajas pizarrosas caídas de estas laderas casi verticales.

Sin prisas, por favor. Bajar las ventanillas y permitir que lleguen a los oídos el rumor del agua despeñándose en dirección al Sil y los cantos de los mirlos y ruiseñores.

El paisaje es bellísimo, con un bosque totalmente natural. La carretera sinuosa ocupa en ocasiones el mismo trazado de los canales de agua que construyeron los romanos para las explotaciones auríferas. Se denota por el mantenimiento de la cota durante amplios trechos.

Montes de Valdueza

Montes de Valdueza es un prodigio de hermosura, que describió el propio San Valerio en el siglo VII: “Es un lugar parecido al Edén y tan apto como él para el recogimiento, la soledad y el recreo de los sentidos”

San Valerio fue uno de los habitantes del cenobio fundado aquí hacia, el año 635, por San Fructuoso, otro de los grandes impulsores de la vida monacal hispana.

Fructuoso creó un centro de oración dedicado a San Pedro, junto al castro Rupiano, un poblado romano, tal vez encargado de controlar el abastecimiento de agua a las Médulas, principal mina de oro de la Península. Tras una destrucción árabe, San Genadio, impulsó la reconstrucción del cenobio, que acabaría siendo expropiado en la época de Mendizábal.

Del monasterio de San Pedro de Montes queda la excelente iglesia, con su torre cuadrada y robusta, en la que aparecen elementos prerrománicos a la altura de las arcadas de las campanas. La estructura del templo es básicamente gótica, y su imafronte, recientemente restaurado, barroco.

El resto del monasterio es una ruina, que aún muestra notable poderío. El entorno de la cocina monacal es lo mejor conservado.

En el mismo pueblo, en el que subsisten rincones llenos de hermosura, con interesante arquitectura tradicional, hay una pequeña ermita., dedicada a la Santa Cruz, en la que hubo una serie de piedras visigóticas hasta que algún “amante” del arte las arrancó. No estaría de más que las autoridades locales –de Ponferrada- invirtieran una pequeña suma en hacer una réplica y repusieran al menos una copia de lo que ahora se echa de menos.

Montes de Valdueza ocupa el fondo de un valle. El monasterio y el pueblo que creció en torno a él parecen dormidos en medio de una tierra abrupta llena de verdor y hermosura. Merece la pena el viaje a este lugar que parece olvidado en el tiempo.

El olvido de las autoridades locales tiene dos consecuencias. Una buena, el primitivismo que rezuma el conjunto. Afortunadamente no han soltado las hormigoneras para tapar la belleza. La otra consecuencia, peligrosa, es el escaso control constructivo, algo que puede originar que el feísmo se instale en el lugar, como ha ocurrido en otros puntos del Bierzo.

Peñalba de Santiago

No lejos de Montes de Valdueza está Peñalba, en medio de un paraje de una belleza extraordinaria, amparado por montes que buena parte del año muestran nieve en sus cumbres.

El lugar, con buena construcción tradicional, se ha “modernizado” en exceso, con un empedrado de “parque temático” que empobrece la imagen del magnífico elenco de casas de bellos corredores, en medio de las cuales está la joya del lugar: la iglesia de Santiago de Peñalba.

El templo es una maravilla mozárabe que impregnó el arte del Reino de León en el siglo X. Es Monumento Nacional desde 1931. Una joya. Se trata de una iglesia de planta de cruz latina de ábsides contrapuestos, ambos con cúpula gallonada. La nave central se cubre con bóveda de cañón. La espadaña, del XVI, está fuera de la planta.

Destacan diversos elementos. En el interior, los arcos califales, capiteles y pinturas, y en el exterior la bellísima puerta meridional, que consta de dos arcos de herradura sobre tres columnas. El trasdós de los arcos está decorado con molduras, e inscrito todo ello en un alfiz.

Lo curioso de esta magnífica portada es que es básicamente “decorativa” porque se trata de una estructura de poca profundidad, ya que la carga del muro recae en un gran arco, visible perfectamente desde el exterior.

Hay otra puerta en el norte y una pequeña dependencia sepulcral, del siglo XII, donde fue enterrado San Fortis. Son restos todo ello de un cenobio fundado por el propio San Genadio.

En el museo de León se puede ver una joya de este templo: la Cruz de Peñalba. Se trata de una pieza de orfebrería, regalada por Ramiro II a este cenobio, que rezuma influencia visigótica.

Es la zona un lugar propicio para el paseo, en medio de una naturaleza pródiga en belleza, y en la que se pueden hallar desde alguna cueva en la que habitaron venerables monjes de la antigüedad, hasta rumorosos lugares donde caen las aguas con estruendo, en medio de una flora variada propicia para la avifauna.

Hay varios senderos marcados, que merece la pena recorrer, con buen calzado, porque la zona es abrupta y solitaria.

...Y a la vuelta, siempre sin prisas, no es mala idea recuperar el cuerpo con alguna de las sustanciosas comidas bercianas. El viaje nos habrá proporcionado de este modo el goce perfecto: el del espíritu y el corporal.

Merece la pena este recorrido. Hágalo... y no se lo diga a mucha gente. La soledad es uno de los elementos para gozar de la naturaleza y el arte. La masa acaba degradándolo todo.

Tomás Alvarez