Entre la bruma del tiempo

Artículo de Tomás Alvarez, con motivo del 75 aniversario del diario Mediterráneo, del que fue director entre los años 1984 y 1986.

Cuando vuelvo la vista atrás percibo un paisaje envuelto en la bruma, de modo que apenas soy capaz de registrar los contornos exactos de los seres ni los volúmenes de ríos o montañas… Es más, ni me preocupo por ello.

Con el paso del tiempo he descubierto que la mente es capaz de depurar los recuerdos y extraer de ellos lo esencial, que no tiene que ser lo objetivo, ni lo científico.

Me ha pasado igual que a esos pintores vocacionales, que empiezan dibujando la fachada de la escuela o el rostro de la madre, y acaban plasmando en el papel o en el lienzo armonías del color que sólo están en los sueños o en una visión de la realidad pasada por el cedazo de la poesía.

Cuando vuelvo la vista atrás, con objeto de ver ese tiempo vivido en Castellón, no soy capaz de detenerme en lo concreto. Ni quiero. Diría que sólo soy capaz de percibir un paisaje en el que el domina el color y el sentimiento, en detrimento de la forma.

Pero en esa visión kandinskiana, en medio de esa bruma y esa poesía del color, podrían intuir los brillos del mar, el calor de la luz que rebota en la arena, y los ecos de la sonoridad diaria disueltos por la lejanía.

También cabría intuir la afabilidad de los compañeros, maduros unos e imberbes otros, cargados los primeros de experiencia y los otros de sueños, empecinados todos en lograr que un proyecto llamado Mediterráneo se hiciera realidad cada día en las manos de millares de lectores.

…Y el proyecto se hizo.

Igual que una semilla germina ante una condiciones de humedad o temperatura, el sueño colectivo de un Mediterráneo profesional y libre de tutelajes se hizo realidad por las condiciones de libertad y la inmensa creatividad atesorada en aquel eficiente equipo que disfrutaba escribiendo, oliendo la tinta de la rotativa, o yendo –de madrugada- a tomar una copa y cantar una balada a algún local con más ruido que gente.

Der todo aquello, pervive lo esencial:

Armonías de colores: azules, verdes, ocres… y hasta el rojo-amarillo-morado de la bandera republicana…

Armonías de sonidos: el mar, el traqueteo de la rotativa, el son de una habanera de Carlos Cano a las cuatro de la madrugada…

Armonía de ilusiones sintetizadas en un proyecto colectivo... y un inmenso afecto que perdura hacia todos.