Ignacio y su patria

Presentación del libro “Andanzas y nombranzas de un rapaz de la Cepeda”, de Ignacio Redondo Castillo. Sueros de Cepeda. Agosto de 2018, palabras de Tomás Alvarez

El ejercicio de memoria que ha realizado en esta ocasión Ignacio Redondo Castillo es especialmente interesante para conocer un territorio, la Cepeda; un tiempo, mediados del siglo XX,  y un personaje, él mismo.

De todos es conocida la frase del poeta checo Rainer María Rilke según la cual la infancia es la verdadera patria del ser humano. El libro lo reafirma.

Es en ese momento –el de la infancia- cuando asumimos las reglas de conducta; aprendemos los signos y sonidos para comunicarnos con los demás; se despiertan en nosotros amores y temores que perduran, y captamos que hay seres, paisajes, sabores y olores que nos evocarán momentos de felicidad.

Para el resto de nuestra vida, la infancia habrá de quedar como un mundo de nostalgia, un paraíso, un refugio, un espacio que facilita nuestro amarre a la vida o causa nuestro desequilibrio.

Para los escritores, la infancia tiene especial interés. Es –como para todos- el momento en que cimentamos la personalidad, un tiempo cargado de magia, en el que cada instante puede constituir una experiencia fascinante que recordaremos siempre.

Pero además, es un “almacén” de experiencias. Son muchos los autores que abren el cofre de los recuerdos de la infancia para describir historias, unas veces autobiográficas y otras veces puestas en la vida de personajes de ficción.

Es en esa infancia, donde Ignacio Redondo, va a adquirir su cultura.

Y cuando uso la palabra cultura he de precisar que hay dos significados básicos de esta. Uno es el de conocimientos elevados en los planos de la literatura, el arte, la música, la poesía, etc. Se dice que un personaje es culto cuando tiene muchos conocimientos de este tipo.

Pero el significado sociológico de cultura no es ese, sino el bagaje de conocimientos, creencias, costumbres, pautas de conducta, etc., adquiridos por el ser humano en cuanto a miembro de una sociedad.

Es decir, la cultura no es tanto el identificar el Aleluya de Haendel o un párrafo del Quijote, sino en saber cómo se repican las campanas, como canta la abubilla, como se pesca o como se desarrolla un concejo.

Esa cultura es una forma de pensar y vivir que el ser humano recibe de su entorno. El entorno nos inculca los valores y patrones que orienten nuestra vida y los conocimientos que habrán de permitirnos obtener los productos de la tierra o convivir con la naturaleza y el resto de los seres humanos.  

Ese aprendizaje es el que ahora relata Ignacio

La infancia de Ignacio Redondo está condicionada por un espacio rural -Sueros- que abarca prácticamente la totalidad de su mundo.

En ese espacio habita una sociedad que se mueve en el límite de la subsistencia; pero es una sociedad cargada de valores: honradez, sacrificio, respeto, solidaridad con el prójimo; hospitalidad, ayuda mutua y superioridad de lo colectivo.

Cuando abrí ayer el libro, lo primero que leí fue la biografía del autor son tres párrafos. Empieza así “Nací en Sueros de Cepeda…” Y termina así “siempre encuentro tiempo para acercarme a mi casa de Sueros”

Cuando Nacho dice que es de Sueros está marcando su identidad personal vinculada a un espacio geográfico y un colectivo humano. 

Su mundo-base es Sueros; sus rincones, su sociedad, su rio, sus campos, sus tabernas, su gente, sus maestros, sus curas o sus feriantes. Ese es su ámbito, aunque ocasionalmente llegará a Ábano o Villameca.

Esa pertenencia a Sueros la describe perfectamente en la página 160, cuando estrena su bici Orbea y marcha paseando hasta Castrillos. “Me parece que estoy en el extranjero, y como no conozco a la gente siento algo de temor”.

La escena me hizo recordar un libro del antropólogo Ralph Linton (Cultura y personalidad), donde dice que un pez de las profundidades del mar jamás podría comprender la existencia del aire, los pájaros o los seres humanos, a no ser que un accidente le sacara de sus profundidades.

Al igual que el pez del ejemplo de Ralph Linton, Ignacio Redondo organiza su vida en base a un aprendizaje y una experiencia que obtiene de su entorno inmediato (el vecindario, el río, la iglesia, la escuela y los campos de labor) fuera está lo otro, la inseguridad.

Vuelvo a la anécdota de la bici Orbea para poner de manifiesto otro elemento clave en aquella sociedad que describe: la escasez. Nacho tiene que vender su pesca para contar unos céntimos que le permitan comprar anzuelos y durante años sueña con una caña como la que vio a unos emigrantes que volvían de Francia por el estío. 

Para comprar la propia bici necesitó recoger catorce sacos de patatas de 50 kilos en el rebusco por los campos ajenos, en un valle embarrado por la lluvia. Y aun así tuvo que pedir prestadas cien pesetas a su padre…

Se vivía, pero las sombras de la escasez y aun el hambre rondaban cerca de muchos hogares cepedanos. Un mundo de trabajos, fatigas y escasez. No me extraña que Luis el del molinero clame al cielo maldiciendo por no haber nacido príncipe, tal como recuerda Ignacio en algún momento 

Es una esta sociedad:

·        Donde aún late el pasado; la dureza de la dictadura, con el guardia civil abofeteando al presidente de la Junta Vecinal
·        Donde se marcan los roles definidos del hombre y la mujer (el hombre, bebe de la bota de vino, la mujer la barrila de agua)
·        Donde se detectan los conocimientos y costumbres que llegan desde la antigüedad. Es tiempo en el que el pueblo se gobierna en Concejo; tiempo en el que aún se usa el manal en las eras, igual que 2.000 años antes; Eleuteria cura con la piedra del Rayo, y en el entierro del abuelo Mauro aún hay convite fúnebre


Y es un libro en el que late el amor. El autor muestra un corazón abierto una y otra vez, con las emociones a flor de piel.

Se detecta el amor a los padres, a su maestro, a los compañeros, a la sociedad, al rio… Hay cariño y hasta ternura hasta con esa eterna burra que le nuestra los dientes, le derriba y le patea, o hacia el gato antropófago que le come un pedazo de carne de su herida, cuando Dionisia le hace la cura y le corta un pingajo de piel.

Y hay una veta permanente de humor, en una narración llena de historias curiosas, algunas reales otra de leyenda, como la del padre de Manolito, que araba tan profundo que con las rejas sacó un meridiano terrestre.

Tal vez por ese ambiente de existencia feliz de un rapaz en un ámbito rural cerrado, queda un regusto de melancolía en el tramo final del libro, cuando se rompe ese universo, porque el rapaz salta las barreras de la comarca y llega a Astorga. 

Son tiempos en los que ya se observan grietas de decadencia en su mundo feliz. Desde el púlpito se ofende a un maestro que acaba alejándose del pueblo; cierra el cine, declina la feria, la gente marcha. Nacho descubre en Astorga el futbolín y la televisión en blanco y negro pero pierde libertad, el rumor del rio, el calor del hogar y los ratos de pesca. 

Como a muchos cepedanos, la vorágine de la vida le sacó de su paraíso.

Pero ahora tenemos en letra impresa el mundo feliz de su memoria. 

Ignacio: tu patria –tu infancia- ya está descrita. 

…Y yo te pido que no pares aquí: debes ir pensando en continuar el relato con historias de tu juventud; los días de la mili en África; los nuevos tiempos de viajes, amores, iniciativas y sueños.

Enhorabuena y felicidades (que hago extensivas a su editor)… Y una recomendación a todos: leer este nuevo libro. Tiene “chispa”, tiene interés, está bien escrito y en él está un poco de vuestra propia historia.