Manuel Cuenya: Del agua y del tiempo

Palabras de Tomás Alvarez en la presentación del libro Del agua y del tiempo, del escritor leonés Manuel Cuenya.
Del agua y el tiempo
 Por Tomás Alvarez
 
“Que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración”. Ya en la primera página, Manuel Cuenya conmociona al lector con este trallazo que corresponde a un escrito de Ernesto Sábato.

…Y continúa con una serie de consideraciones sobre la voracidad de los seres humanos y el afán de los controladores del mundo por reducir a la humanidad al papel de un rebaño, para acabar incitando al lector a soñar, buscar la belleza y convertirse en música.

Así es Cuenya, y así su obra, en la que hay desgarro, tragedia, amor, belleza y poesía. 

Podría parecer a algunos esta obra una creación contradictoria, pero en realidad no lo es. Es más bien una visión del mundo a través de una mirada hiperestésica, capaz de percibir con exaltación los sufrimientos, dolores y amores, el desgarro por la injusticia o el gozo por sentir algo tan sencillo como el rumor y la transparencia del agua.

Gracias Manuel por invitarme a esta presentación. Es la segunda vez que presento un trabajo tuyo. Hace algo más de dos años fue con tus “Mapas afectivos” y ahora es con Del agua y del tiempo.

Cuenya es un hombre muy ligado a la cultura, profesor, escritor… Aparte de los libros citados tiene otros varios como Trasmundo, Viajes sin mapa, Guía de Bembibre, el Bierzo y su gastronomía y la fragua de Furil; escribe en diversos medios y edita una revista cultural la Curuja.

De su último libro, Del  agua y el tiempo, he de decir que su lectura me ha emocionado. De principio a fin. 

Y el placer de esa lectura –créanme- facilita inmensamente mi participación porque cuanto elogio vaya a hacer de la obra será algo realmente sentido por mí.

Latido existencial

Me enganchó el libro desde el primer capítulo, que arranca con la dedicatoria a un hombre que me honró con su amistad: Ernesto Sábato. 

Y esa dedicatoria viene perfectamente a cuento, porque en todo el libro hay un latido existencial, una vivencia acusada de los sentimientos, las angustias, esperanzas, la lucha contra el tiempo y la estupidez humana, manifestada en el destrozo del universo, las guerras o sencillamente el aullido sordo de los muertos que permanecen en las cunetas de España.

Personalmente, admiro a los intelectuales en cuya mirada, en cuyos escritos y en cuyas obras se detecta el amor y el compromiso con la tierra. 

Sábato, precisamente, tenía ese compromiso. Hablamos muchas veces de estas cosas en los días en los que la Dictadura argentina agonizaba. Sabía de su dolor por los desaparecidos en la Escuela de Mecánica de la Armada, sabía del dolor por las atrocidades de las Fuerzas Armadas y la humillación del Pueblo. Y ese dolor existencial lo traspasaba a sus lienzos. 

La primera vez que fui a su casa a tomar el té, con él y su mujer, Matilde, me quedé impresionado por sus lienzos expresionistas en los que se detectaba la tormenta que azotaba su mente: le dolía el país.

Empecé con la frase se Sábato recogida por Manuel Cuenya: “Que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración”.

Pero esta frase condenatoria no es absoluta. Recuerdo hablar con él intimidades que prueban la belleza de la vida. Sábato era un experto científico conocedor de los temas de la Energía Atómica y la Física cuántica. Pero en 1943 abandonó su brillante carrera y se retiró a una hacienda solitaria del interior de la provincia de Córdoba. No tenían luz eléctrica en casa, pero él recordaba como la hacienda estaba iluminada por la luz de su mujer, Matilde, y de su hijo recién nacido, Mario. El mundo no es tan horrible, pues.

Tuve la suerte de gozar a un tiempo de una magnífica relación de amistad con él y también con Borges. Con Sábato me encontraba ante el pueblo doliente, con Borges me hallaba ante el loco que por las noches hablaba con Virgilio y que en la mesa del restaurante contaba divertidos chistes e historias de judíos, emigrantes y porteños.

Eran dos modelos intelectuales…  Uno en la tierra y el otro fuera del tiempo. Sinceramente, siempre me incliné hacia aquellos que sienten con más vigor el pálpito del pueblo y de la tierra.

Manuel Cuenya está en esta línea.

En ese primer capítulo ya se detecta a la par el amor al territorio con la preocupación por un mundo en el que los poderosos marcan a fuego en la humanidad la vocación gregaria del rebaño.

También en ese primer capítulo se adivina que la angustia existencial se atenúa mediante el amor a los demás, a la vida y la belleza.

Hay varias partes diferenciadas en su libro. La primera es Matria.

Matria es la tierra del escritor, el mundo de Gistredo; con un cielo poblado de aullidos de lobo y cantos de aves de ribera, un olor a madera vieja y a heno reseco, y una sociedad de gentes que habitan o habitaron estas tierras, desde labriegos a mineros silicóticos, pandereteras o incluso los  cadáveres de los luchadores que murieron por balas asesinas y aún yacen bajo el barro de las cunetas.

Comparto con Cuenya también el amor a Gistredo.

Para quienes no les suene mucho el nombre explicaré que  Gistredo es una sierra de los Montes de León,  que va desde el valle del Tremor al del Sil, con veinte picos por encima de los 2.000 metros de altura, y cuyas nieves ponen un fondo blanco buena parte del año a los paisajes de la Cepeda, por donde paseo cada día.

Memoria y muerte

Sobre el espacio definido en Matria, el útero de Gistredo, hay unos seres que habitan en unos pueblos menguantes donde lo que más crece son los cementerios.

“Intentas abrir la persiana del porvenir y sólo encuentras vísceras” dice Cuenya.

¿Vale la pena soñar- se pregunta en uno de sus relatos- en un campo de exterminio donde la poesía dejó de tener sentido mientras la sangre mana por las alcantarillas de la doble moral?

Se suceden textos de gran vigor,  y se alude en varios de ellos a los asesinados, porque el tiempo no borra las heridas, ni la memoria. Y los barrancos siguen oliendo a carne fratricida.

Es un texto en el que asombra el vigor expresionista de las descripciones, en las que a veces nos descubre un paisaje que nos recuerda al lugar de Comala del mejicano Juan Rulfo.

Amor y Vida

Amor y Vida es la siguiente parte del libro, y en mi humilde opinión es la más maravillosa. El alma del escritor, aterida por el terrible paisaje humano de nuestro tiempo, la alienación y la barbarie, se serena y glorifica con la vida, la belleza, la armonía y el amor.

El amor y la pasión reordenan el mundo. Y lo siembran de esperanza:

Caminaremos sin fin
a través de sendas de amor
Atravesando puentes, cascadas, montañas y lagos
Hasta alcanzar el éxtasis…()
Tocaremos el cielo
Desde el balcón de nuestros sueños
Y viviremos en la cumbre nevada de las ilusiones


 De otras sendas

Varios trabajos aluden  en el siguiente apartado a la incierta búsqueda de la felicidad.

Desde la angustia, Manuel Cuenya incita a volar, a luchar por los ideales, a sentir, a amar.

En otros trabajos redescubrimos al Cuenya viajero por México o Israel. En este último se refiere al sarcasmo de la Navidad en una tierra árida armada hasta los dientes. 

“Al otro lado, tu Jerusalén milagrera te espera con brazos de fusiles y ojos ensangrentados”,  - dice este escritor berciano que contrapone el rostro ingenuo y sonriente de la Navidad con la historia de genocidios y holocaustos.

Dioses humanos 

Termina su andadura con un breve epígrafe titulado “Dioses humanos”, que se cierra con un emocionante Me enseñaste a volar. 

Es un texto escrito que Manuel arranca de sus entrañas para explicar el dolor, tras la muerte del padre: “Hay días –Manuel- que mejor sería arrancarlos del calendario”

Emoción, angustia, dolor, amor, vida, belleza, armonía…

Manuel Cuenya nació en un valle del Bierzo… pero su mirada es universal y la temática del libro nos lleva cuestiones fundamentales de la existencia y la dignidad del ser humano.

En “Del Agua y del tiempo” el lector  hallará mucho más que ciento veinte páginas en las que se tocan asuntos trascendentales con una pluma cargada de vigor, a veces llena de lirismo, otras con magníficos trazos expresionistas.  

Sinceramente, recomiendo la lectura de la obra.