Petra: el enigma revelado

Un recorrido a través de los sorprendentes rincones de esta misteriosa ciudad de Jordania

Tomás Alvarez

Las grandiosas construcciones de época romana o bizantina se han hundido, los tesoros de las tumbas han sido saqueados, hasta los edificios moldeados en la roca se diluyen en el viento…

Pervive lo eterno: las vetas rojiblancas de la arenisca y el fulgor de las flores de las azaleas que emergen entre las propias piedras del milenario decumanus.

Petra, en medio del desierto jordano, es un grandioso enigma revelado apenas hace algo más de un siglo; una sorpresa que hoy sigue asombrando y creciendo, a medida que prosiguen excavaciones que van -de año en año- engrandeciendo el patrimonio visible en este territorio desértico.

La ciudad, a unos 250 kilómetros al sur de Amman, se asienta en un lugar fragoso, accidentado, en uno de los bordes de la fosa del Rift, hundimiento que cruza de sur a norte el territorio africano y que se prolonga por el Mar Rojo, Mar Muerto y Valle del Jordán.

Talladas a plomo en las moles de piedra arenisca destacan las fachadas de templos y monumentos funerarios, fundiéndose arquitectura y paisaje en un todo caótico con aires de extraña modernidad.

En torno a la ciudad ha crecido una aldea, Wadi Mousa (río de Moisés), donde hay docenas de hoteles en medio de una geografía desordenada; Un marco pobre para la joya que -afortunadamente- está casi totalmente oculta por montañas a esta fiebre urbanística.

Si antaño los beduinos vivían en las propias tumbas de Petra, hoy se han establecido todos en Wadi Musa, y entre su fecundidad y la inmigración han elevado el censo del enclave desértico a unas 25.000 personas.

De muy lejos provienen los asentamientos humanos en estas tierras tan áridas. Ya en el neolítico, Petra tuvo un poblado. En la cima de Umm al-Biuyara, hubo un enclave edomita. Luego, en el siglo VI a.C. se estableció por allí la tribu de los nabateos, nómadas procedentes del desierto arábigo, que lograron prosperidad mediante el saqueo y el comercio.

Por el entorno del lugar pasaba la Ruta del Incienso, que proveía de éste a Roma y otros territorios, un producto caro, utilizado en fiestas, ceremonias y procesos de enterramientos. El Imperio Nabateo llegó hasta el Mediterráneo, Siria y Arabia, controlando las rutas caravaneras y Petra debió ser algo así como la capital espiritual del mismo. Aguantó la presión romana hasta el año 106 después de Cristo. Ese año, la ciudad pasó a integrarse en la provincia romana de Arabia.

Petra se modernizó entonces, pero perdió vigor. Los nabateos declinaban en lo comercial, en tanto que florecía, más al norte, la ciudad de Palmira.

Hubo pronto un activo cristianismo en el lugar y una importante ciudad bizantina. Luego llegó la decadencia casi total bajo la dominación árabe. Aún estuvo vinculada a los cruzados durante algún tiempo. Todavía son visibles algunos restos fortificados por los invasores francos. Y luego ...el olvido.

Petra desapareció de la historia desde 1267 a 1812. Al menos para Occidente.

Hubo un personaje clave para el redescubrimiento. Se trata de Jean Louis Burkhardt, nacido en Suiza en 1784, que estudió el árabe y se convirtió al islam, cambiando su nombre por el de Ibrahim Bin Absukkah.

Este viajero, conoció en 1812 el territorio jordano y la caravana en la que viajaba en dirección a La Meca pasó cerca de Petra, donde oyó hablar de una ciudad oculta, que nadie quiso mostrarle.

Para acceder a la misma buscó una estratagema. Vio un pequeño monumento sobre unas montañas y le dijeron que era la tumba de Aarón. Él declaró que era un peregrino y había hecho el voto de sacrificar una cabra en su honor. Finalmente, comprobado que era un creyente viajero y que iba a hacer un sacrificio, no le impidieron acceder hacia el interior, descubriendo entonces la ciudad secreta, que él mismo identificó como Petra.

Burkhart no llegó hasta la cúspide donde está la tumba de Aarón; sacrificó la cabra en la parte baja, junto a las ruinas de la vieja urbe. Al parecer, este peculiar suizo tenía contactos con los británicos, que pronto pusieron en marcha nuevas investigaciones sobre la ciudad.

Pero Petra se sigue descubriendo cada día. El viajero que llega a Wadi Musa, en medio de una población destartalada, sueña con esas imágenes de clasicismo y arena, que no descubrirá hasta la mañana siguiente.

En las rampas de entrada al recinto hay ambiente de feria. Al viajero le ofrecen desde caballerías a botellas de agua o gafas de sol.

Pese a la hora temprana, quema este sol en el ámbito desértico, cuando se inicia la bajada por una rambla seca, en un camino polvoriento que huele a deyecciones de ganado. …Y luego las sorpresas: los Djin blocks, extraños monumentos cubistas, de ignota función; la tumba de los Obeliscos, de reminiscencias egipcias, y poco después el Siq, un angosto desfiladero de cuatro a seis metros de anchura, con farallones de 40 a 170 metros de alto y con algo más de un kilómetro de longitud.

En los inicios del Siq aún se perciben construcciones hidráulicas y un arco nabateo de aspecto triunfal, que ya es ruina. Luego el camino va descendiendo y haciéndose cada vez más estrecho. El desfiladero fue tal vez una vía de purificación espiritual, un lugar donde encanta el ambiente de silencio, en el que se goza del frescor de la umbría y del aroma de las higueras que crecen entre la roca, y al que llegan los cantos de las alondras.

En las paredes se observan hornacinas en honor al dios Dushara, un desfile procesional de hombres y animales (casi borrado por el tiempo y la barbarie), inscripciones históricas y hasta un altar de sacrificios, sencillo, en medio del camino, y al lado de un pequeño habitáculo excavado en la roca, tal vez lugar del sacerdote o para almacén de elementos de culto. Muy cerca del altar, una de las inscripciones reza: El enemigo de mi enemigo es mi amigo, y alude a la amistad con Roma, enemiga del imperio de Cleopatra.

El tortuoso avance por el Siq se va haciendo más misterioso a medida que se estrecha el pasillo. Más, de repente, como una revelación, empiezan a aparecer entre la fisura sombría de los farallones el brillo rosado y clasicista del Tesoro, el edificio más emblemático de Petra.

Envuelto en las leyendas, relativos al poder y las riquezas de reyes antiguos y faraones, se fraguó el sueño de que allí estaba escondido un inmenso tesoro, en la urna que se halla en el piso superior. El ansia por aquel tesoro hizo que numerosas gentes disparasen infructuosamente sobre esta mole maciza, consiguiendo únicamente el deterioro estético de la misma.

El conjunto monumental esta integrado por una fachada de dos niveles, la de abajo sostenida por seis columnas, y coronada por sendos obeliscos no finalizados. El interior es una sala cuadrada sin decoración actual alguna.

En su entorno, bulle una animada sociedad de muchachuelos vendiendo piedras de Petra (tres un dinar) y collares labrados en huesos de camello; no faltan los beduinos con burritos o camellos, dispuestos a facilitar el traslado aquellos que al cabo de un par de kilómetros de andar sienten ya la presión de los zapatos o el cansancio de los músculos.

A partir de este lugar el siq varía en dirección noroeste, pasando ante otra Sala Sagrada (al otro lado del Tesoro), donde debieron realizarse antaño funciones relativas a los enterramientos.

El viajero sigue adelante, hacia el corazón de Petra, por la calle de las Fachadas. Se trata de un denso conjunto de tumbas construidas por los nabateos en los farallones rocosos, con una cierta reminiscencia del arte asirio. Se puede acceder fácilmente a ellas, y hay al menos una cuarentena, de estructura notablemente similar.

El desfiladero deja de serlo a la altura del teatro. En la montaña opuesta aparecen unos inmensos enterramientos colectivos, los más grandes de Petra, denominados tumbas reales.

Es particularmente grandiosa la Tumba de la Urna, donde se guardaron los restos del rey nabateo Maluchos II, un edificio con una gran terraza abierta y columnatas en torno a ella, y un gran interior de paredes rectilíneas y gran capacidad. He de confesar que sentí emoción ante las bellas líneas clásicas del Tesoro, pero fue en el edificio de la Urna donde noté el pálpito de la historia.

Aparte de grandioso enterramiento, este lugar fue catedral bizantina, y en él aún se descubren pequeñas cámaras abiertas, sin duda para antiguas funciones religiosas. En el interior se siente el páplito del pasado.

Siguiendo la dirección de la rambla y paralela a ésta, aparece la vía romana pavimentada, el decumanus, construido en el año 106 al modo romano.

En torno a esta amplia calle estaban las ciudades romana y bizantina y a su lado se amontonan restos de numerosos monumentos: el ninfeo, los mercados, el Palacio Real, los baños nabateos, y las puerta del Témenos. Cerca del decumanus aparece también ro templo nabateo de considerables dimensiones, que se ha mantenido vigorosamente enhiesto hasta la actualidad. Los beduinos le llaman Templo de la Hija del Faraón.

Probablemente se trata de un gran lugar de culto, en honor del dios Dushara. Con sus muros de 23 metros de altura, es un documento excepcional constructivo porque se trata de la única edificación nabatea no excavada en la piedra.

Aún hay más… ruinas de iglesias bizantinas, del templo de los leones alados, restos amurallados y el Monasterio, un edificio similar al Tesoro...…

Cuando dejé Petra, sentí hacerlo sin haber paseado de noche por las calles solitarias de la vieja ciudad inhabitada, contemplando el inquietante juego de luces y negruras que generará la luna en estos extraños edificios tallados en arenisca. Estoy seguro de que esa atmósfera misteriosa es propicia para poetas y soñadores, capaces de encontrar sentido a los sonidos de la noche y a las sombras misteriosas.

El recinto de Petra debe abandonarse por la noche. Las autoridades no permiten pasear ni acampar por allí.

Para ver en guiarte.com, con textos e imágenes: la guía de Petra, de Tomás Alvarez