Tomás Álvarez
Madrid, 30 abr (EFE)
Se ha ido sin el Premio Nobel en la maleta, y me parece una injusticia porque Ernesto Sábato ha sido uno de los grandes de la literatura sudamericana del siglo XX.
En lo literario, Ernesto ha sido conocido por tres novelas: "El Túnel", "Sobre Héroes y Tumbas" y "Abaddón el exterminador", así como por otros ensayos en los que denota una profunda preocupación humanista.
Jorge Luis Borges -el otro gran escritor argentino del siglo XX- se marchó sin el Premio Nobel de Literatura, precisamente, por ser muy diferente de Sábato. Inmensamente erudito, dejó a un lado el humanismo cuando "comprendió" a los golpistas militares que embarcaron a su país en la dictadura y las desapariciones.
En Sábato, en cambio, se hizo grande la literatura y el papel del escritor como testigo y sujeto activo de un territorio y un tiempo; en esto Ernesto ha sido un modelo.
Nacido en Rojas (Argentina) en 1911, desempeñó una activa militancia política de línea filocomunista hasta que quedó desengañado de la dictadura del proletariado.
Crítico con el peronismo y la dictadura, para él era básica la defensa del hombre y la libertad, advirtiendo que la ciencia y la técnica deben estar al servicio del hombre y no al contrario, como él estimaba que ocurría en las sociedades tecnológicamente avanzadas.
Sus estudios los encaminó al ámbito científico, doctorándose en Física por la Universidad de La Plata y alcanzó cierto prestigio en el mundo de la Física Nuclear. Trabajó en el Laboratorio Curie, en París, y en el Instituto Tecnológico de Massachussets (EE.UU.), antes de tornar a Argentina.
De los estudios relativos a las radiaciones nucleares o a la física cuántica pasó en un replanteamiento personal a preocuparse más del hombre y, en coherencia con su pensamiento, abandonó la universidad y se retiró con su esposa, Matilde, a un rancho sin agua ni luz, en la provincia de Córdoba, en el interior del país.
"No teníamos luz en casa, pero nos iluminaron los afectos y un hijo recién nacido", me comentó el escritor alguna vez en su casa de Buenos Aires, donde pude conocer otro de sus secretos: sus pinturas.
Quizá influenciado por su estancia en París, donde conoció al chileno Roberto Matta y al canario Oscar Domínguez, ambos grandes del surrealismo, los cuadros de Ernesto Sábato estaban llenos de elementos surrealistas y expresionistas, con una utilización dramática del color, tal vez reflejando en ellos el desgarro que percibía en la sociedad.
Ese desgarro ya lo manifestó en aquellos tiempos de huida de la ciencia y la ciudad (1945) cuando publicó "Uno y el Universo", ensayo en el que critica la deshumanización de las sociedades avanzadas.
Conocí al escritor como Director de EFE en Argentina, en los días finales de la dictadura militar. Animé a Sábato a que escribiese artículos para la serie "Grandes Firmas" de EFE, y tardó en decidirse. Firmamos el acuerdo en una cafetería cercana al Teatro Colón.
A partir de aquel momento, para mí Sábato era como un barómetro que medía el estado de su propio país. A Sábato le dolía Argentina; le dolían la dictadura, las desapariciones y la injusticia.
En los años 70, su vida se teñía por el dolor de la realidad argentina y la satisfacción por los incesantes premios a su carrera, llegados de Alemania, Francia, Italia y España. Bastante más tarde (1984) le llegaría el Cervantes de Literatura.
Presidió, por sugerencia del presidente argentino Raúl Alfonsín, la Comisión Nacional sobre Desaparición de las Personas, que elaboró el conocido como "Informe Sábato" y que abrió el camino a la acción de la justicia contra los represores de la dictadura argentina.
Amaba a España y admiraba la transición a la democracia; en alguna ocasión conversé también con él sobre el sentido de la hispanidad y los preparativos para las celebraciones del V centenario del descubrimiento de América, en el que él veía excesivo oficialismo
"Si nos ponemos de acuerdo una serie de escritores, de todos los países, como Gabo García Márquez, Vargas Llosa y otros, para firmar un manifiesto, a la larga tendría más efecto que un programa de actos oficiales", me comentó en alguna ocasión.
Conocedor de su vocación inconformista, de la que daban fe su biografía y sus cuadros de tonos estridentes, en Sábato también anidaba la Argentina tradicional y burguesa; como detalle, su puntual té de las cinco de la tarde, ante el que alguna vez coincidíamos periodistas de distintos países, para hablar de pinturas, política y -como no- literatura. EFE