Buenos Aires, treinta años después

Un acercamiento a Buenos Aires, ciudad en la que el autor residió hace ahora una treintena de años.

Tomás Alvarez

He vuelto por la ciudad en la que residí un tiempo, hace ya una treintena de años y, pese a la decadencia, aún la he encontrado más deslumbrante.

Una ciudad es especialmente bella cuando, pese a que las arrugas del tiempo y del dolor hayan surcado su epidermis, sigue destilando misterio y hermosura.

Tiene Buenos Aires unos tres millones de habitantes, unos doce contando la conurbación, pero su grandeza no guarda parangón con su censo, porque esta ciudad es mucho más; es una síntesis de Europa y América, en la que se ha gestado lo mejor de ambos continentes… y a veces lo peor.

Conocí esta ciudad como periodista, circunstancia que me permitió contemplar las alturas y bajuras del poder, el gozo de la amistad y las bellezas del arte. Esa circunstancia también me permitió gozar-sufrir con las pinturas expresionistas de Ernesto Sábato, la tortilla compartida con un Jorge Luis Borges pletórico de humor o las tardes de fútbol en las canchas de River o Boca con Enrique Escande.

Otros amigos como Néstor Ramírez me llevaron al Colón o al delta del Tigre; Benito García al centro Regional de León, en la calle Humberto primero; los hermanos Bello al Club Español o a la Pampa, para asar el cordero en cruz; Claudio Sánchez Albornoz, a su pequeña casa de 70 metros cuadrados, en la que el retrete estaba escondido debajo de pilas de libros de historia. Excelentes guías para acceder a una ciudad increíble.

Y he vuelto a ver a Buenos Aires mucho tiempo más tarde, a una ciudad llena de desconchones y ausencias… pero grandiosa aún. Florida perdió su glamour; ante las puertas neobarrocas del edificio del Banco de Boston yacen tumbados los mendigos; las marquesinas de los autobuses de la Avenida de Callao están atiborradas de anuncios de prostitución; las aceras parecen recién bombardeadas… Pero la ciudad aún me parece más humana y subyugante.

Treinta años más tarde, mis ojos descubren con más detalle las armonías de determinado edificios afrancesados que antes me parecieron petulantes copias parisinas, me maravillan las gárgolas o atlantes que antes pasaron ante mis ojos sin dejar huella… Y me encanta este pueblo que a veces exhibe un nacionalismo paticorto, sin darse cuenta de que es una sociedad internacionalizada erigida sobre milenios indios y centurias de español, como recordaba la canción de Mercedes Sosa.

Buenos Aires es inabarcable, y por ello es imposible sintetizar en una guía. Pero voy a dejar en las siguientes páginas unos brochazos de esta urbe, para que al menos quien llegue a ella tenga una imagen impresionista … a partir de la cual busque lo que más le interese, con la seguridad de que no va a llegar al fondo de las cosas.

Porque esta ciudad es arte, danza, gastronomía, cultura, diseño…

Los argentinos la llaman más Capital Federal que Buenos Aires, para no confundir su nombre con el de la provincia homónima. Pero Buenos Aires se prolonga en un todo continuo por las localidades del exterior, con barriadas en las que alternan humildes villas miseria con hábitats más residenciales.

El lector no debe hacer caso de los tópicos, porque Buenos Aires es mucho más que ellos. No haga caso a los simplismos; esta no es el París del Sur, es mucho más; no es la ciudad del Tango, es mucho mas…

Está enclavada la urbe sobre un espacio llano. Esto es ya La Pampa, y para ver una montaña de cien metros de altura… hay que emprender un viaje largo. Los bonarenses le dirán que es una de las 20 mayores ciudades del mundo pero insisto, esto es una tontería, las ciudades no se miden sólo por el contenido de seres humanos, sino por la creatividad, el arte, la cultura y la historia. En ese conjunto, no tenga duda que Buenos Aires está entre las cinco o diez primeras.

La población de Buenos Aires se ubica entre el delta del Paraná y el Riachuelo, lindando con la costa del Mar del Plata, este inmenso estuario, el Mar Dulce que bautizaron los españoles en el siglo XVI.

Pedro de Mendoza hizo la primera fundación en 1536, más o menos donde ahora está el barrio de La Boca. El asentamiento definitivo llegaría con Juan de Garay, en 1580, que se posicionó en el entorno donde ahora siguen las viejas instituciones: la catedral, el cabildo…

Es una ciudad llena de arte y de cultura. Desde los vestigios barrocos hispanos a la modernidad más descarnada, palpable por ejemplo en el edificio de la Biblioteca Nacional. Es también una ciudad llena de cultura. La urbe destaca a nivel mundial por el número de teatros y librerías. Ha sido denominada Capital Mundial del Libro por sus magníficos establecimientos públicos y comerciales y sus extraordinarios autores. Los nombres de Borges, Bioy Casares, Sábato, Múgica Laínez, Silvina Ocampo, Cortázar, etc… llenan algunas de las mejores páginas literarias del siglo XX. Todos fueron habitantes de esta urbe clave de la literatura hispanoamericana.

El trajín de la ciudad no impide una cierta tranquilidad de vida, propicia para el gozo del paseo, el café o el mate compartido con amigos, en un ambiente que es de clima suave y más bien húmedo, donde aparecen a veces tormentas fuertes que descargan con violencia un granizo que deja las calles alfombradas de verde y azul violeta, cuando las jacarandás están con su estallido floral.

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La historia

Fundada en el siglo XVI, recibió ya en su primer momento el nombre de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre, que terminó sintetizándose en Buenos Aires.

Pese a que Pedro de Mendoza llegó a crear una población en 1536, no fue sino tras la fundación hecha por Juan de Garay en 1580 cuando se instauró la ciudad definitiva, que originalmente dependía del virreinato de Perú.

Poco a poco se fue asentando el prestigio de la ciudad, que incluso rechazó a invasores portugueses que alcanzaron la costa de Colonia, al otro lado del Río de la Plata.

Manufacturas como el cuero fueron dado actividad a este lugar que en 1776 alcanzaría la capitalidad del virreino del Rio de la Plata, lo que permitió un progresivo desarrollo amparado en el comercio y los servicios.

Alguna banda de piratas intentó invadir la ciudad, sin éxito, hasta que en 1806 permaneció unos días bajo el poder inglés. La invasión napoleónica del territorio de la Península Ibérica y el florecimiento de ideologías liberales motivaron el apoyo a movimientos emancipadores que dieron lugar a la revolución de Mayo, en 1810.

La independencia de España, consolidada en 1815, dio paso a un periodo convulso en el que Buenos Aires acabó consiguiendo la capitalidad del país. Y el crecimiento de la urbe continuó hasta alcanzar los 80.000 habitantes a mediado del siglo XIX.

Consolidada como polo de atracción de la inmigración hacia Sudamérica, la ciudad se expandió en lo demográfico y en lo económico durante la segunda mitad del siglo XIX, abordando proyectos como el puerto, los bosques de Palermo y grandes edificios edilicios.

Ese desarrollo continuó en el siglo XX, de modo que en Buenos Aires se abrió el ferrocarril subterráneo primero de América del Sur y nuevas avenidas ordenaron el urbanismo local.

En el final de la década de los veinte se produjo un hecho clave en la historia argentina: el golpe militar que derrocó al presidente Yrigoyen. El trasfondo del mismo, la crisis de la gran depresión –que también llegó aquí- y la oposición de las elites conservadoras, entre otras cosas por la creación de la empresa YPF, que nacionalizó el negocio del petróleo.

Buenos Aires estaba aún en pleno desarrollo, ya camino de los dos millones de habitantes, y el país era inmensamente rico. Tenía entonces Argentina el triple del PIB de todos los países limítrofes juntos: Brasil, Chile, Bolivia, Uruguay y Paraguay. En aquellos momentos, Buenos Aires podía aspirar a ser la ciudad más poderosa del orbe y los observadores se preguntaban si la hegemonía mundial quedaría en el norte del Atlántico(EE.UU.) o en el Sur (Argentina).

La respuesta la dieron los militares argentinos, aliados a una oligarquía, que con intervenciones continuadas lograron romper la evolución económica y constitucional del país. Prácticamente, el resto del siglo XX estaría condicionado por el poder militar, y hasta Raúl Alfonsín -en los años ochenta- no habría ningún presidente no militar que concluyese su mandato.

Argentina –que antaño triplicaba el peso económico de todos sus vecinos- en el tramo final del siglo XX no representaría sino una tercera parte del PIB brasileño.

Toda la grandeza económica de la segunda mitad del siglo XIX al primer tercio del XX está reflejada en la urbe, en sus grandes avenidas, con edificios monumentales muy por encima de los que se construían en la generalidad de las grandes poblaciones del mundo en su época. Avenidas como la de Mayo (1894) o Roque Saenz Peña (1913) nos muestran el orgullo de esta ciudad. La fortaleza y el clasicismo de sus edificios nos habla de un poder económico inconcebible para la Argentina de hoy.

En 1936, la ciudad inició otro gran intento urbanístico, la avenida 9 de Julio. Aquí, la grandeza radica en el espacio… ya no en la piedra. Estamos ante una nueva ciudad y un nuevo país.

El hundimiento llegaría en el final del siglo XX. La huella ominosa de la dictadura con las secuelas de desaparecidos, La humillación de la Guerra de las Malvinas, el “corralito”, la emigración…

Pero bajo las arrugas de esas tragedias, la ciudad es de tal calidad que sigue bella y viva. Busca nuevos ámbitos de desarrollo, como la recuperación de Puerto Madero… En las calles sigue el bullicio, los restaurantes siguen atrayendo a los amantes de la cocina, brilla el diseño y se contempla el gran arte… Buenos Aires como los grandes atletas tienen una reserva de fuerzas que le permite seguir asombrando a quien se acerca a ella.

(Esta descripción forma parte de la guía de la ciudad de Buenos Aires, publicada en guiarte.com)