En Villamejil, en corazón de la Cepeda leonesa, los campos se extienden bajo un manto ocre y verde, empujados por un viento que los hace cambiar de tonalidad a lo largo del día. Esa maravilla visual y la serenidad que le acompaña, ha servido de inspiración al periodista y escritor Tomás Álvarez (Villamejil, 1948) autor de "Cosas de la Bucólica. La gastronomía del Quijote”, una profunda radiografía de las comidas, los productos y los dichos cervantinos
El ensayo, prologado por Luis María Ansón, ha sido presentado en León capital, en el Palacio del Conde Luna. La obra retrata la gastronomía que se destila en las páginas de la novela de Don Quijote de la Mancha con un maravilloso resultado final en compañía de una serie de ilustraciones creadas para este libro por el pintor Sendo.
«Se trata de análisis que profundiza en las comidas, los productos, los dichos y en el que se descubren interesantes aspectos geopolíticos y culinarios del final del siglo XVI, época en la que cambian tanto los hábitos del comer, por influencia de las relaciones entre las distintas cortes europeas, así como los productos, por el inicio de la llegada de nuevos ingredientes desde América», asegura el autor de la obra.
Tomás Álvarez recuerda que Miguel de Cervantes fue un observador excepcional, «un hombre de frontera en el mundo mediterráneo en el momento en que dos grandes potencias, los imperios otomano y español, dirimían allí la hegemonía mundial de las culturas. Fue un hombre de que no sólo conocía -gozaba o sufría- con lo que ocurría en Lepanto, Argel, Chipre, Malta o Túnez, sino que se interesaba por las novedades que llegaban de Flandes, Portugal o las tierras del Nuevo Mundo».
Provisto de un conocimiento universal, en las páginas del Quijote aparece también una gastronomía multicultural. El libro desmonta el tópico de la gastronomía del Quijote como gastronomía manchega. Productos, platos y refranes son esencialmente hispanos, comunes a la mayor parte del territorio peninsular, y se enriquecen con los ecos de las experiencias culinarias del autor en el norte de África o Italia.
Y desde así, paso a paso, el libro permite descubrir el Quijote gastronómico y no pocos 'tesoros', las perdices asadas, las empanadas o las ollas podridas (sopa con tres vuelcos, el líquido, las verduras y las carnes) pueden ser tan castellanas como aragonesas, leonesas o manchegas.
Los quesos que aparecen son tanto manchegos como de Aragón y las migas o las manos de ternera pueden ser de cualquier punto de la meseta o del valle del Ebro. La segunda razón es el cambio de modos de cocinar. La cocina del Quijote no lleva patatas, ni pimentones, ni tomates; la cocina del Quijote está llena de tasajos y de productos que se han dejado de comer.
Aquellos textos
«Y es aquella comida, la cervantina, una cocina rica y “moderna”, que adereza guisos de carne o ensaladas con miel; que elabora dulces con caldos de gallina; una cocina que cuenta con elementos acidificantes como el agraz o los pámpanos de las vides, y que ennoblece vinos con canelas y otras sustancias», según el autor.
Recuerda Tomás Álvarez que desde el siglo XVI a nuestros días «hemos perdido costumbres y recetarios. A veces, en los mercados de Navidad de alguna ciudad de Centroeuropa, tomamos el vino caliente, sazonado con azúcar, nuez moscada y canela... Nos parece una cosa de allá, y cuando releemos los textos culinarios también descubrimos que eran comunes en la Península ibérica. Es sólo un ejemplo».