Rogelio Blanco Martínez
Tomás Álvarez, periodista leonés, de Villamejil, desde hace años nos tiene bien acostumbrados con sus creaciones oscilantes entre la novela (El canto del alcaraván, El búcaro de azucenas) o el ensayo (El camino de Santiago para paganos, La Vía de la Plata, etc.) y ahora, Las delicias del Tuerto (Ed. Eje Producciones culturales).
Con la nueva creación ofrecida, experimentalmente, cabalga entre el ensayo y los microrelatos, entre las reflexiones sobre las costumbres y las narraciones motivadas ante un buen manjar y a orillas del río Tuerto. Se trata de una mixtura de géneros que en relato trepidante atrapa al lector hasta el final, un divertimento que se aliña con la reproducción de piezas o instalaciones de otro leonés, Alfredo Omaña.
Durante un breve periodo, mes de agosto, y en un lugar, a la vera del Tuerto, unas parejas de amigos degustan platos típicos regados con vinos provenientes de tierras próximas. Toda una ocasión para ir sembrando teselas sobre el césped que van más allá de la oportunidad aparente. Se rescatan costumbres, se atienden aconteceres, se fraguan amistades.
Entre un lenguaje ágil, el propio del veterano periodista, y la complicidad de la concurrencia se repasan facetas de la vida en la que el autor se implica, pues participa en primera persona.
Tras la inserción se cuajan diálogos, se cuentas historias, se degustan manjares. Todo un modo de filandón, calecho o velada que sucede en verano y la orilla del río; sucedido alejado del lugar propio de la costumbre leonesa, durante el invierno y en las cocinas domésticas cargadas del humo, el calor y el vino necesarios para mantener la vigilia.
En Las delicias del Tuerto, además de lo narrado o aparente, surge la memoria, el recuerdo, la lucha contra el olvido. Los personajes tratan de revivir fórmulas culinarias o costumbre, un modo de sentir el pasado en el presente, de describir ruinas, de novelar contra la amnesia, de atraer y atrapar los arcanos, de patrimonializar el pasado para sentirse presentes.
Esta acción, en unas breves jornadas estivales, no cae en la fácil nostalgia, más bien como escribe C. Marx: Las tradiciones de todas las generaciones pasadas pesan como una realidad sobre el cerebro de los vivos. Somos herederos ontogenéticos de un largo y cansino paso de generaciones sobre el planeta, es decir, filogenéticos.
De este modo, desde el hondón que Tomás Álvarez recorre y desde la ribera del Tuerto se nos ofrecen cuentos y cuentas, reflexiones y narraciones, realidad y ficción, para fijar en la memoria, para llegar a lo universal, aunque sea desde la aldea. (L. Tolstoi)