Por Tomás Alvarez
En el norte de Manhattan, en el barrio de Harlem, se halla la Hispanic Society of America, un centro desconocido para la generalidad de los neoyorquinos en el que se alberga una magnífica colección artística hispana.
Pocos curiosos llegan a este apartado centro cultural de Nueva York. Hace falta abandonar el bullicio de la ciudad para acercarse a este edificio de aire neoclásico que se halla a la vera de Broadway, cuando esta calle ha perdido el empuje y la animación que muestra en otros tramos como el barrio financiero, Times Square o el Columbus Circle, cerca del Central Park.
Hay que seguir subiendo Broadway hacia el norte, en dirección al Bronx, hasta llegar a la altura de la calle 155. Tambien se puede ir en metro. La línea uno de tiene una parada muy próxima.
Cuando el viajero sale a la calle se percata que está en otro Nueva York caracterizado por un aire marcadamente latino. En las tiendas hay letreros en español en los que se ofrece trabajo a vendedoras o pedicuristas y el cartel del candidato Danilo promete -también en español- una sociedad más justa y solidaria.
El centro cultural se halla enfrente de un espacio religioso, dominado por una bella iglesia neogótica y un apacible cementerio, el Trinity, en el que las sencillas tumbas se aglomeran bajo la umbría.
Se percibe en el barrio sensación de decadencia económica. En el entorno existe algún otro templo de cierta calidad arquitectónica (siempre me asombro de la cantidad de iglesias que hay en este país) y se ven bellas casas con aire inglés venidas a menos.
Sorpresas en Harlem
La construcción que alberga la pinacoteca de la Hispanic Society of America tiene ese aire opulento y clasicista tan típico de las nobles obras civiles de Estados Unidos. El edificio de la sede se integra en un conjunto el Audubon Terrace- con espacios para la American Academy of Arts y el Boricua College. En el patio central, destaca la estatua ecuestre del Cid Campeador, en medio de las banderas de España y Estados Unidos. Es una obra de Anna Hyatt Huntington.
Sorprende la tranquilidad de este lugar; pocos se acercan por aquí para contemplar las interesantes joyas artísticas que están tan cerca.
Dentro de la pinacoteca, el viajero se sorprenderá de nuevo; especialmente si quien llega espera encontrar algo parecido a los típicos centros españoles que existen en otras ciudades del mundo. En la Hispanic Society ni siquiera se habla español.
Otra sorpresa. Muchos llegan interesados por su tesoro más famoso, la colección Sorolla, y quedan apabullados ante la exhibición de cuadros de otros genios de altísimo valor: El Greco, Goya, Velázquez, Zurbarán...
Y un asombro más para aquellos que sólo esperan ver pintura, pero que descubren, gozosos, una maravillosa colección de cerámica, especialmente de centros levantinos (Manises, Alcora, etc.) aunque también de otros puntos de España y aun de América.
También hay sorpresas negativas. Una de ellas es para quien quiere ver el conjunto de la obra de Sorolla de la Hispanic Society: se tendrá que conformar con ver una selección que omite algunas de sus obras mejores, como Campesinos leoneses, y que presenta otras francamente desiguales, cuando no endebles.
El origen de la sociedad
La Hispanic Society of America nació en 1904 bajo el impulso de Archer Milton Huntington (1870- 1955)
Interesado en la cultura de la península Ibérica, este erudito aprendió español e inicio una incansable búsqueda de tesoros: manuscritos, cuadros, arqueología, etc.
Su amor por la cultura hispana le llevo incluso a impulsar excavaciones arqueológicas en España y América. Entre los lugares elegidos, Itálica, la urbe romana en la que nacieron los emperadores Adriano y Trajano.
Con sus materiales, Archer Milton Huntington puso en marcha en los inicios del siglo XX el museo y la biblioteca, abordando una tarea que lleva más de cien años en vigor.
Sorolla
En los inicios del siglo XX, Joaquín Sorolla vivió su época de máximo esplendor, en la que mereció el aplauso de los críticos de todo el mundo. La estancia del pintor español en Nueva York, en 1911, fue inenarrable. En ese tiempo, el artista se convirtió en el más cotizado en el mercado mundial del arte.
Aquel año, Sorolla firmaría un contrato con la Hispanic Society of América de Nueva York por el que se comprometía a realizar un gran conjunto sobre las regiones de España, un proyecto mural de proporciones gigantescas, que le ocuparía el tramo final de su vida.
Joaquín Sorolla viajó por España recogiendo elementos de la vida y costumbre de las distintas zonas, elaborando una gran selección en la que hay cuadros magníficos junto a otros menos valiosos.
Algunos de estos cuadros se presentan en un amplio espacio, denominado Sala Bancaja, en homenaje a la institución financiera que patrocino un reciente recorrido de algunas obras del autor por España. Fuera de esta sala se muestran otros trabajos clásicos del pintor valenciano, en los que recoge el ambiente de la playa, los bueyes en la recogida de la pesca y una deliciosa pintura de menor tamaño (Después del baño, 1908) en la que una muchacha sale de las azules aguas del mar y es envuelta por un joven con un lienzo blanco.
Pero el viajero que llego a la Hispanic con la intención de ver los otros Sorollas, se queda con un regusto amargo... por no poder gozar de la contemplación del conjunto completo de las creaciones luministas.
Las otras joyas
Tiene la Hispanic Society un conjunto de obras de gran valor... aunque el ámbito expositivo se ha quedado anticuado. Es una pena tener que contemplar grandes lienzos sin espacio suficiente para leerlos en su conjunto.
Voy a refererirme a algunas de estas joyas.
Es francamente bella la Sagrada familia de Doménikos Theotokópoulos, El Greco: hay buenos retratos de Velázquez, e interesantes obras de Murillo y Zurbarán.
Tiene también la institución una excelente serie de dibujos de Goya y un notable retrato de la duquesa de Alba... Pero abundan interesantes trabajos de otros autores, tales como Antonio Moro, Luis de Morales o Eugenio Lucas Velázquez, por citar algunos nombres.
En materia de escultura también abundan las piezas, con magnificas obras sepulcrales, tallas (Pedro de Mena) y hasta terracotas. En este capítulo cabe citar las de una escultora estelar española, que no alcanzó mayor fama en su tiempo -sin duda- porque se trataba de una mujer: Luisa Roldan, la Roldana.
Pero para este viajero amante de la historia y la belleza, la mayor sorpresa está en el arte decorativo, con una colección cerámica fuera de lo común, en la que abundan ejemplares extraordinarios de España y América Latina. Extraordinario también el contenido en materia de orfebrería y joyería y sorprendente la abundancia de telas, algunas de la época hispánica islámica...
No hay duda. Estamos ante un tesoro que pasa desapercibido para la generalidad de los viajeros que llegan a la metrópoli neoyorquina, un tesoro sorprendente que necesitaría un contenedor mayor y más moderno...
Sin duda, merece la pena perderse por este apartado rincón de Harlem.
Nueva York, febrero de 2012