La vuelta al mundo en días de pandemia

Palabras de Tomás Álvarez, en la presentación del libro Desde las entrañas, del profesor y escritor Manuel Cuenya, en el salón del Teatro Gullón de Astorga.


Buenas tardes amigos y gracias por estar aquí. Y gracias a Manuel Cuenya por haberme invitado al acto y a presentar su último libro. Es para mí un honor. 

Manuel es un profundo observador de espacios y gentes, un escudriñador de emociones, que tan pronto se encuentra en lo que él llama “el útero de Gistredo”, su tierra natal, como en el desierto del Sahara. Aunque este año…. no ha tenido tal movilidad.

El autor es un ser muy sensible, con una mirada que me recuerda la de los maestros del Renacimiento, cuando muchos de los más grandes de nuestra civilización rompieron las ataduras de lo medieval para analizar la sociedad, la historia, el arte y la naturaleza con los ojos de la razón y la libertad.

…Y que conste que me da reparo utilizar la palabra Libertad, manipulada en nuestros días para embobar a los individuos, transformarlos en miembros de un rebaño obediente, al que se incita por igual a votar a un partido o a consumir una marca de cerveza.

Manuel es un hombre muy ligado a la cultura… Muy activo en el ámbito de la enseñanza, especialmente en materias de literatura, cine y teatro. Es  colaborador de medios; edita una revista cultural, y es autor de numerosos libros como Trasmundo, Viajes sin mapa, Guía de Bembibre, el Bierzo y su gastronomía, la fragua de Furil... y alguno más de los que también hablaré.

Porque he tenido el placer de presentar sus tres últimos libros: 

En 2016 publicó Mapas afectivos, y compartí el honor de presentarlo en la Ergástula, un espacio que me subyuga. 

Porque en este mundo de prisas y estrés, la Ergástula es un ámbito propicio para el recogimiento, en el que uno se siente abrazado por la historia. Para mí, es el ónfalos de Astorga. 

Para quien no conozca la palabreja os recordaré que en el Delfos, en el santuario de Apolo, había un betilo, una piedra sagrada, que decían había sido colocada por Zeus para indicar que allí estaba el ombligo del mundo. 

Por cierto, ese santuario, desde donde vaticinaba el futuro la Pitia, es otro de los muchos espacios por los que ha peregrinado nuestro autor.

Bien, pues para mí la Ergástula, oscura estancia romana en el interior de la urbe, es el gran ónfalos de Astorga, el centro donde se asienta el pálpito de la gloriosa y dura historia de esta ciudad.

En Mapas afectivos Cuenya dibujó una composición con muchos de sus recorridos: Noceda, Gistredo, México, Vancouver, Ámsterdam o Berlín. En esos lugares, el autor se encontró con olores y sonidos, pero también con vivencias de sus lecturas de libros de Dickens, Pessoa, Valle Inclán o Llamazares. Y también se encontró  con su propia alma.

En cada lugar, Cuenya encontró el ónfalos del mundo, porque él mismo lo llevaba. El portaba –porta- un centro del mundo en el que están las calles, los olores, los poetas, el pasado de las tierras y ciudades, junto a las glorias, los dramas y la cultura universal.

En 2019, tuve el gusto de presentar en Astorga también Del agua y el tiempo. Un libro duro que comienza con una frase lapidaria de Ernesto Sábato, uno de mis buenos amigos de Buenos Aires: “Que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración”. 

Era una obra de reflexiones, cargada de tragedia, amor, belleza y poesía; una visión del mundo dura, de un ser hiperestésico (Manuel Cuenya), que percibe con exaltación el desgarro de la injusticia, el sufrimiento y la violencia, sin perder de vista el gozo de la belleza, la caricia del amor o el dulce y fresco rumor del agua.

En aquella presentación destaqué el valor de los intelectuales que como Sábato o el propio Cuenya, se aferran al espacio en el que nacieron y nos transmiten su latido existencial, su amor a la tierra y su defensa de la justicia y la dignidad de los seres humanos.

En este caso me toca introducir su última creación: Desde las entrañas.

El mismo título – Desde las entrañas- nos lleva al ónfalos, al latido del mundo; un latido que el escritor detecta en su refugio, en un pequeño lugar del Bierzo desde el que siente el pálpito de lo universal.

En este caso, el argumento que conduce el libro está compartido con todos nosotros: es la Pandemia. 

El autor, en algo más de 200 páginas- nos presenta un diario universal del drama. Pero no nos entretiene con datos de la evolución de afectados ni las diatribas políticas y técnicas que han intentado contaminar nuestra mente durante más de un año, desde los medios deformativos. Sí, sí. He dicho medios deformativos.

Lo que hace el autor es aprovechar el encierro para reflexionar sobre los temas universales que nos afectan a todos; a él, a vosotros, a mí… y que afectarán a nuestros descendientes.

Cuenya posee un bagaje cultural formidable, especialmente en los ámbitos de literatura y cine, y ese bagaje le sirve para pasar en cada momento  de lo personal y de lo local a lo universal. Así, sin perder de vista las montañas de Gistredo nos lleva a escenarios de las pestes medievales y las guerra sucias –sucias de robos y sangre- de los dictadores y líderes corruptos de nuestro tiempo.

Tenemos así una crónica de lo universal, desde un encierro en el que resuenan los cánticos de los estorninos, de los ruiseñores y los jilgueros, a la par que se aspira el olor húmedo del arroyo. Manuel Cuenya traslada el ónfalos del mundo a Noceda del Bierzo.

Hace unos momentos comparé a Manuel con los hombres del Renacimiento, y analizando su visión he recordado a un filósofo de aquella época, que tuve que estudiar cuando hacía Ciencias Políticas en la Universidad Complutense: Nicolás de Cusa.

Este alemán, del siglo XV, que llegó a cardenal de la Iglesia, desde una posición crítica contra el poder papal y favorable a la preeminencia del Concilio sobre el propio Pontífice, nos decía que el conocimiento surge de uno mismo. 

El verdadero conocimiento era para Nicolás de Cusa, el acercamiento a la esencia de las cosas, un proceso al que el ser humano avanza mediante la razón.

Estos días coincido con Cuenya en el Campus universitario de Ponferrada. Fue él quien me pidió que impartiese a los mayores una tanda de conferencias sobre la Peregrinación y el Camino de Santiago. A mis alumnos les hable el pasado martes de las doctrinas de Nicolás de Cusa, porque en algún sentido este gran filósofo renacentista anticipó la crítica de los reformistas a los viajes de los peregrinos.

Para muchos hombres del Renacimiento, y especialmente los defensores de la Reforma protestante, no era necesario ir a Santiago o a Roma para acercarse al Apóstol o a Dios… El ser humano se podía acercar a lo sagrado o a Dios –con mayor eficacia- a través del viaje interior.

Este libro, como otros suyos, especialmente el de Mapas Afectivos, es una crónica viajera. Pero Manuel Cuenya no necesita viajar por el mundo para narrarnos lo que ve, porque basado en su experiencia y su razón, nos hace ir con él, con la mente abierta, por los territorios y los tiempos.

He leído el libro de Manuel durante muchas horas…. Y me he puesto a apuntar muchas notas, sobre los paisajes, el miedo, la vida, el espanto, la sociedad basura, la vida detrás de la muerte, el humor, el universo, el arte, la cibervigilancia...

Cuenya hasta nos invita en el libro a hacer con él “la vuelta al día en ochenta mundos”, juego de palabras en el que utiliza un título de Julio Cortázar, otro grande de la literatura que admira, y a quien conocí fugazmente en Buenos Aires, creo que en el restaurante la Biela en el que me citaba algunas veces con Ernesto Sábato. 

Por cierto que aquel encuentro fue realmente una pura casualidad, pues Cortázar, residente en París desde 1951, sólo estuvo durante pocos días en Buenos Aires, en el final de 1983, para regresar pronto a París, donde moriría unas semanas más tarde, en febrero de 1984. 

…Volviendo a lo de los mundos, el libro de Cuenya no es un viaje por ochenta mundos, sino por todos. Hay tanta literatura, tanto cine, tanto arte, tantos paisajes, músicas, miedos, temores, amor, esperanza…  que es imposible hacer un análisis del mismo segmentándolo en espacios o temáticas.

Digamos que en sus escritos nos recuerda cómo en nuestros días confluyen en el universo diversas crisis simultaneas, aparte de la sanitaria. Unas crisis que hacen especialmente débil al hombre y al mundo.

“Nos creíamos cuasi invulnerables e inmortales y descubrimos, una vez más que somos unas insignificantes criaturas, expuestas a todo tipo de maldades y maleficios”, dice.

Sin tener el tinte expresionista que se halla en “Del agua y del tiempo”, Cuenya también nos lleva por unos parajes inhóspitos en los que crece el frentismo y la mentira. Estamos en un mundo en el que avanzamos tan deprisa… que en realidad a veces retrocedemos.

Vivimos –explica-  en medio de un lodazal, como marionetas de un sistema que nos vigila día y noche; nos hipoteca y nos esclaviza; un sistema capaz de canalizar nuestros deseos y mantenernos en un estado de entontecimiento.

Y en estas tareas es esencial el sistema de los medios controlados por los amos del dinero, que nos chutan con el opio de los programas basura, de los deportes-adormidera y el guirigay informativo que nos empacha, enferma y domina.

Y mientras…el poder y el dinero se acaparan en el reducido coto de los privilegiados y la diferencia entre estos y el resto de los seres humanos se agranda. “El sistema se vuelve cada vez más voraz y caníbal”, escribe Cuenya.

Aún en medio de la visión crítica… hay tiempo para la poesía, momentos de calma, en los que la pluma de Cuenya es primorosa: 

avanzas despacio por las sendas curvadas del tiempo, como quien deseara parar los relojes del universo. El mundo parece haberse detenido. Quizá los relojes se hayan derretido. Y todo vuelva a empezar

En ese viaje, Cuenya se manifiesta con la seguridad que le da su área de control; cobijado en la matria verdeante de su tierra de origen, y liberado por la música, el arte, la escritura, la literatura y el alejamiento de la caja vírica de la televisión.

Frente a un futuro lleno de nubarrones, agravados por la Pandemia, nos invita al cultivo de lo mejor de nosotros, al gozo de los afectos, caminando hacia un nirvana,  libres de ataduras y cargados de sosiego y templanza, en una disposición personal  que se asemeja a la ataraxia que interesó antaño tanto a los pensadores estoicos como epicúreos.

En la parte final, liberado del agobio de la cuarentena y los miedos “apocalípticos”, encontramos una prosa más serena y poética en la que se vislumbra un paisaje de sueños y cigüeñas y un bello elogio de la ternura, un sentimiento que pone luz y serenidad al mundo.

En ese final, hay también un elogio a la búsqueda del silencio frente a los atronadores motores de la manipulación… un silencio que en ese viaje interior nos ayudará a caminar hacia lo esencial.

En síntesis: Observación, Reflexión, Preocupación, Belleza y Cultura.

Gracias Manuel por haber utilizado los días de crisis para escribir estas cosas, por habernos llevado contigo a través de las páginas por el santuario de Delfos o los montes de Gistredo; por recordarnos las pinturas de Edward Hopper o Vermeer, el cine de Chaplin, los escritos de Orwell, Cervantes o Edgar Allan Poe…y hasta las palabras de Jesús de Nazaret.

Tu pandemia ha sido un largo viaje por toda nuestra sociedad y nuestra cultura. Gracias por compartirlo.