Por Tomás Alvarez
Desde un mirador ubicado sobre en un pequeño cerro, Punta Arenas se ofrece al viajero como un mar de humildes tejados de colores vivos que resaltan en la atmósfera luminosa de esta tierra del sur de América.
Vista desde la colina, la ciudad semeja un lugar vulgar, desparramado sobre una enorme superficie cercana a este mar interior que es el estrecho de Magallanes. Pero Punta Arenas es mucho más.
El caserío se recorta sobre las aguas azules y los dientes de sierra de unos atractivos montes que se dibujan hacia el sur, la cordillera Darwin. Apenas dos o tres edificios de ocho o diez alturas rompen la monotonía de lo humilde, emergiendo sobre una geografía urbana en la que se denota un espíritu de far west y de frontera.
Porque Punta Arenas siempre fue tierra de frontera y promisión, con un crecimiento espectacular en los inicios del siglo XX, cuando se desarrolló la ciudad de aire europeo sobre un plano de damero, al lado de uno de los puertos de mayor actividad del mundo.
Los navíos que pretendían pasar desde el Atlántico hacia el Pacífico utilizaban el estrecho de Magallanes y recalaban en el puerto de Punta Arenas. ...Hasta que en 1914 se abrió el canal de Panamá. Entonces, esta ciudad retornó al silencio y la vida cosmopolita cedió ante la rutina ganadera, pesquera, administrativa o militar.
Ecos de la legendaria ciudad Puerto del Hambre.
Desde el siglo XVI se intentó ubicar población europea por estos lejanos parajes. El testimonio más legendario es el de la localidad denominada Puerto del Hambre, fundada con el nombre de Ciudad del Rey Felipe, en 1584.
Un navegante inglés pasó por allí tres años después de la fundación y no encontró sino un superviviente en medio de los cadáveres.
Ya en tiempos de la independencia, 1843, Chile fundó casi en el mismo lugar Fuerte Bulnes, pero sus pobladores se acabaron asentando en 1848 en la actual Punta Arenas, donde contaban con mejores condiciones para la supervivencia.
Hoy, más de 100.000 habitantes pueblan este espacio del extremo sur del continente; la inmensa mayoría son descendientes de inmigrantes de Europa -croatas, alemanes, españoles, franceses o italianos- que buscaron unos nuevos horizontes económicos en el territorio estepario, del que fueron desapareciendo de forma dramática las tribus de cazadores y canoeros.
En medio de un clima más bien seco, frio y ventoso, la ciudad ya no es un lugar de hambre como aquella población mítica en la que habitaron los primeros colonos españoles. Su nivel de vida es relativamente elevado, merced a los aportes de la agricultura, la pesca, los hidrocarburos, el comercio, los servicios y los establecimientos de la administración; una ciudad con ganas de vivir, como las que muestra en su ya famoso carnaval.
Por las calles del centro perviven algunos bellos edificios de aire europeo que testifican la presencia de abundantes inmigrantes llegados hace un siglo ante la llamada de la aventura, el comercio o las expectativas de la minería aurífera.
En su plano urbano, el centro es la llamada plaza de Armas, donde se alza el monumento a Hernando de Magallanes, quien abrió el paso entre el Atlántico y el Pacífico.
Más famosa aun que la estatua del descubridor es la del indio que está en la parte inferior del monumento. La leyenda dice que quien besa el enorme pie broncíneo del nativo regresará a este apartado rincón del continente.
Como ciudad importante, Punta Arenas también dispone de catedral, cuya fachada recae también sobre la plaza de armas. Se trata de un sencillo edificio dedicado al Sagrado Corazón, con apenas cien años de vida.
El rastro de Sara Braun
Otra construcción importante es la casa de Sara Braun, también de final del siglo XIX. Es monumento nacional.
Más que el pequeño palacete afrancesado, lo importante es la figura de la propia Sara Braun, un ejemplo de la estirpe de pioneros que empujó el destino de Punta Arenas.
Sara nació en Rusia en 1862 y llegó a Punta Arenas con 12 años. En 1887 se casó con un negociante acaudalado, José Nogueira, que falleció a los 48 años de edad y dejó a la viuda una inmensa fortuna, que administró con brazo férreo y generoso.
El rastro de Sara Braun también lo encontraremos en el impresionante cementerio local. Ella donó el notable pórtico de acceso, de aires helenizantes, con la condición de que tras su fallecimiento nadie más penetraría en el camposanto por la puerta principal. Así fue, y dicho acceso quedó clausurado desde entonces.
El cementerio resume el espíritu pionero que impulsó la historia de Punta Arenas. Es un espacio impresionante, con su gran pórtico, sus cipreses y sus magníficos mausoleos en los que se encuentra reflejada el ansia de inmortalidad de aquellos hombres que habitaron en el lugar hace un siglo, empujando el desarrollo del entorno magallánico.
En mi visita a este lugar, la entrada al recinto y los magníficos monumentos fúnebres me hicieron recordar inmediatamente a la Recoleta de Buenos Aires, aunque encontré que este enclave aún tiene un valor más ingente, porque corresponde a una población pequeña y de parca historia, cuyos habitantes han dejado en sus túmulos un grito inmenso, un SOS gigantesco, una llamada de añoranza y orgullo dirigida a sus gentes de tierras lejanas, a las que jamás volvieron.
Entre los monumentos que recuerdan a los burgueses locales, otro curioso: la escultura a un indio desconocido, enterrado allí muchos años ha, y al que se venera popularmente por sus favores milagrosos.
Hay varios lugares más en Punta Arenas para acercarse al pasado, como la reproducción de la nao de Hernando de Magallanes, o el museo del Recuerdo, con elementos que nos acercan a la etnografía y la explotación del territorio.
También son visitables el palacete de Sara Braun, o el palacio Braun Menéndez, donde funciona un museo de la Región. Existe otro museo Regional Salesiano, e incluso uno más dedicado a los temas navales.
Pero si el viajero pretende encontrar realmente la historia puede seguir hacia el sur, en dirección a Fuerte Bulnes y Puerto Hambre, por tierras desoladas en las que un día naufragaron los sueños de 300 pobladores llevados allí por el navegante Pedro Sarmiento de Gamboa.
En las soledades de vientos, gaviotas y restos de naufragios, tal vez pervivan los fantasmas de los desdichados que hace más de 400 años fundaron la primera ciudad del territorio magallánico.
Alguna vez, acudiré al anochecer a este entorno solitario en busca del alma de los 300 colonos que murieron en aquel fin del mundo, entre ellos una nutrida gavilla de muchachos. ...Si, espero volver a Punta Arenas. De momento, me consuelo recordando que un día mis labios besaron los dedos de un indio de bronce en la plaza de Armas.